Gerry Lopez: La entrevista

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¿Cómo te empezaste a interesar por el surf?

GL: De pequeño pasaba mucho tiempo en la playa. Mi madre era maestra y dejaba que algunos de sus alumnos fueran a surfear. No sé si lo hacía porque se portaban mal o por darles un descanso de los deberes, o lo que sea, pero cuando tenía diez años y mi hermano pequeño tenía ocho, nos llevó a la playa de Waikiki y sus alumnos nos dejaron usar dos tablas alquiladas. Así que esa fue la primera vez que surfeamos con mi madre. Era muy buena nadadora y me empujó para que cogiera mi primera ola. Los franceses llaman «La Glisse» a esa sensación de deslizarte, y de alguna forma, cuando hablan de ella, parece mucho más que una simple percepción física. Tiene unas connotaciones metafóricas mucho más profundas. «La Glisse» es simplemente el deslizamiento. Y recuerdo eso: deslizarme sobre la ola que empujaba la tabla de surf. No lo entendía. Solo experimentaba una sensación que me hacía sentir muy bien. Y me hacía sentir que quería hacerlo una y otra vez. Y, entonces, mi vida cambió. Bueno, no cambió al momento porque pasaron algunos años hasta que me metí de lleno en el surf. Pero esa primera vez que viví esa sensación de deslizamiento al dejarme llevar por la ola experimenté una sensación realmente mágica.

¿Qué te llevó de ahí a la North Shore y, seguidamente, a Pipeline?

Cuando llegué al instituto, ya estaba enganchado al surf. Quiero decir que era más que una simple diversión. Ya sabes, en el instituto tienes que ser alguien, encontrar algún tipo de identidad. Los deportes no se me daban bien ni era lo bastante corpulento para jugar al fútbol americano o al béisbol. Así que supongo que era surfista porque era lo más fácil: ni siquiera tenías que hacerlo bien, bastaba con identificarte con el surf. Y esa era mi identidad.

En Hawaii puedes conseguir el permiso de conducir con 15 años. Yo tenía 14 y mi amigo ya había cumplido los 15, así que podía conducir y nos íbamos a la North Shore. Un día, él quiso entrar en Pipeline. Aquel invierno, por lo que sea, no entraban olas grandes. Recuerdo ese día en Pipeline, la ola más grande era quizás de metro y medio, pero hacía un día precioso y éramos los únicos en toda la playa, así que no había nada que temer.

Pipeline ya tenía cierta reputación, pero aquel día estaba muy calmado y parecía muy tranquilo. Así que nos metimos. Las olas en Pipeline rompen a muchísima velocidad y el pico se levanta vertical, por lo que resulta difícil cogerlas con longboards, muy planos y sin rocker. Puedes coger la ola, pero el take off resulta muy complicado porque la ola se levanta tan rápido que el nose se te clava y acabas nadando hacia la playa. Y eso es lo que nos pasó a mi amigo y a mí. Todas las olas nos tiraban, una y otra vez. Entonces llegó otro chaval remando y vimos que era Jock Sutherland, que ya era conocido por entonces. Tenía la misma edad que nosotros, pero se crió en la North Shore, así que había practicado bastante surf y era muy bueno, y nos ayudó con el take off.

Jock y yo nos hicimos muy buenos amigos y se convirtió en un gran maestro para mí en aquellos primeros días de surf, porque era muchísimo mejor surfista que yo. Me enseñó un montón de cosas en Pipeline en mis inicios.

© Kampion / Patagonia

¿La ola de Pipeline ya estaba concurrida por aquel entonces?

No. La razón por la que conseguí sobresalir en Pipeline era porque cuando comencé a surfearla, a finales de los 60 y principios de los 70, aún no era un lugar popular, simplemente porque no había tablas adecuadas para esa ola. Era una ola difícil de surfear, así que había muchos días en los que yo era el único en el pico, o quizás un par de surfistas más.

También fue una época en la que las tablas de surf estaban evolucionando a gran velocidad, y ya me hacía mis propias tablas. Cada vez que vas a surfear, te planteas de qué forma podría ser mejor para ti la tabla que llevas, estás reshapeando esa tabla en tu mente. Pipeline siempre ha sido una ola conocida por romper las tablas por la mitad, y cuando eso ocurre, tienes que ir a hacerte otra. Cada vez que me sucedía, trataba de mejorar la tabla para que funcionara en Pipeline y, con el tiempo, conseguí hacer una que funcionaba muy bien.

¿Cuánto tiempo te llevó desarrollar “la” tabla para Pipeline – si es que se puede llamar así?

Unos cuantos años, ya que las tablas comenzaron a cambiar a finales de 1967 y a lo largo de 1968-69. Nadie sabía a ciencia cierta cómo debían de ser ni el aspecto que debían tener esas nuevas tablas de surf más cortas. Sabíamos cómo queríamos que surfearan, pero no cómo moldearlas para que lo hicieran. Así que era cuestión de adivinar, y cada tabla era distinta, en un intento de dar con la adecuada. Con el tiempo, ciertas tablas comenzaron a funcionar mejor y, de algún modo, los diseños se fusionaron. Así empezamos a entender un poco mejor lo que se necesitaba para surfear cada tipo de ola. Antes de eso, la mayoría de los surfistas —de hecho, prácticamente todos— solo tenían una tabla de surf para todo: olas grandes y olas pequeñas, Sunset y Pipeline. Eso era todo.

No fue hasta la década de 1970 cuando apareció el concepto de quiver de tablas: para olas pequeñas, para olas grandes, para Sunset, para Pipeline: cada una con una forma ligeramente diferente a las demás. Fue una idea revolucionaria.

© Wilkings / Patagonia

¿Atrajo eso a más gente a la North Shore y al surf?

Cada fase de la evolución de la tabla de surf moderna conseguía que surfear fuera un poco más fácil para quienes nunca lo habían probado, y eso fue lo que hizo que el surf se volviera tan popular y que creciera el número de practicantes. 

Eso fue lo que ocurrió muy rápidamente en la década de 1970, ya que, de repente, las tablas resultaban muy fáciles no solo de transportar, sino de colocar dentro de los coches, o bien permitían surfear con mayor soltura. El surf siempre ha tenido ese atractivo, y no me refiero a los surfistas, sino para quienes nunca lo han practicado. Lo ven y exclaman: «¡Guau! Parece divertido. Me gustaría probarlo». Y si la tabla de surf lo pone más fácil, se enganchan, y mira ahora.

En la película hablas sobre robar olas. ¿Cómo ha influido esa mentalidad en tu forma de surfear?

Si querías progresar y había muchos surfistas en tu zona, tenías que ser agresivo, porque la única forma de mejorar es cogiendo muchas olas, y eso requiere mucha práctica.

Si el pico estrá muy concurrido, a veces no quieres esperar hasta que te vuelva a tocar a ti, quieres colarte. Y lo hice muchas veces. No estaba bien, pero así era yo por aquel entonces. Ya no soy así.

Cuando estuve en Eisbach (la ola estática de río en Munich) hace poco, me di cuenta de que había una cola y que todos tenían que esperar su turno. Y pensé: «bien, eso es maravilloso, ¿no?». Y me di cuenta que en esta ola de río, la actitud y el ambiente son muy parecidos a los primeros días del surf: todos se saludan y ayudan entre sí, se lo pasan genial y sonríen. Reflexioné mucho al respecto y pensé: «Sí, es muy sencillo». Todos saben de quién es el turno. ¿Por qué no podemos hacerlo así? El mundo sería un lugar mucho mejor si todos esperaran su turno.

¿Cuál ha sido tu viaje de surf más memorable?

Nuestro primer viaje a Bali. Por sus olas y porque era un lugar mágico. Y G-Land, aunque el primer viaje a G-Land fue muy frustrante, porque llegamos en barco y el pico allí es tan largo, la ola es tan larga, que no podíamos imaginar  dónde estaba el pico.

No fuimos capaces de entender el lineup. Anclamos los barcos al final de la ola y remamos desde allí. Cada vez que nos sentábamos, mirábamos más allá adelante y veíamos lo que parecía ser una ola mejor, así que remábamos hasta allí y, finalmente, llegamos hasta un lugar en el que alguien se giró y dijo: «¿Pero dónde están los barcos?». Habíamos remado tanto que nos habíamos alejado casi dos kilómetros de los barcos y estábamos en medio de la nada. Nos llevó un tiempo saber dónde estaba el pico en G-Land. De hecho, tuvimos que quedarnos en la playa hasta que fuimos capaces de averiguarlo.

Así que creo que el mejor viaje fue simplemente venir a Bali. Por supuesto, cuando comenzamos a dominar G-Land —que era un lugar más complicado que Uluwatu— se convirtió en la ola más desafiante.

Otro aspecto importante en tu vida es el yoga. ¿Cómo te ha influido?

©Moon / Patagonia

Ya estaba muy metido en el surf, pero en 1968 comencé a fabricar mis propias tablas, así que supongo que fue una coincidencia que el yoga llegara en ese mismo momento. Cuando pienso en ello, creo que ocurrió porque tenía que ser así, porque el yoga ha sido la respuesta a todas las preguntas difíciles que me he planteado en la vida, a todas mis dudas existenciales.

Por ejemplo, ¿qué ocurría cuando me sentía mal por quedar eliminado en un campeonato? El yoga me enseñó que la vida no consiste en ganar. Se trata de dominar y, cuando eres capaz de dominar algo, nunca pierdes. Incluso si quedas el último, habrás ganado algo. Ese fue un momento de iluminación para mí.

En realidad, el mejor escaparate del yoga es su espiritualidad. Nos permite ver en qué consiste la vida.

Tras tu carrera como surfista, te trasladaste a Oregón. ¿Qué pasó y a qué te dedicas ahora?

Vinimos aquí en el verano de 1992, conocimos el lugar y pensamos: «Este sitio es realmente bonito». Después, mis amigos Derek Ho y Sunny Garcia me dijeron que el snowboard era muy bueno en invierno. Empezábamos a interesarnos mucho por este deporte, así que volvimos ese invierno y fue uno de los más largos que hubo aquí en Bend, en Oregón central.

En los 30 años que llevamos aquí, solo ha habido otro invierno que lo igualara, pero por aquel entonces, la montaña tenía muchísima nieve y la ciudad estaba completamente nevada. Pensé: «¡Genial! ¡Va a ser así todo el tiempo!».

También nos dimos cuenta de que era un lugar fantástico para criar a nuestro hijo. Así que comenzamos a quedarnos más tiempo. Principalmente, nos quedábamos por el invierno y la nieve. En verano, volvíamos a Hawaii y después, en algún momento, descubrimos que los veranos en Oregón central eran mucho más bonitos que los inviernos.

Así que comenzamos a vivir en Bend todo el año y no dejé del todo el surf, pero empezó a haber otras cosas a las que dedicar el tiempo que antes empleaba en el surf. Ahora que he llegado a este momento de mi vida en el que he dejado de ser joven y he cerrado el círculo, me he dado cuenta de que el surf es mi primer y mayor amor. Por eso paso el máximo tiempo posible surfeando.

¿Cuál es el secreto? ¿Qué hace que una tabla de surf sea buena?

Cada tabla tiene sus peculiaridades. Se trata de averiguar cuál es la personalidad de la tabla y adaptarte a esa personalidad, igual que una relación de pareja o una amistad.

Hay que hacer concesiones, pero puedes encontrar muchas cosas que te gusten si te apartas de tus sistemas de creencias y del negativismo. Es el Yin y el Yang. Hay un lado positivo y otro negativo, pero no entiendo por qué la naturaleza humana parece inclinarse más por este último.

El otro aspecto es que la tabla de surf es una herramienta, una pieza de equipamiento deportivo distinta de cualquier otra. Se personaliza mucho y, por supuesto, hay tablas de surf genéricas que todo el mundo puede usar, pero cuando te metes de lleno en el surf y buscas tu tabla, entiendes y aprendes que ciertas tablas se adaptan a ti mejor que otras. Aquí reside todo el concepto de «tabla mágica» por el que los mejores surfistas, como Kelly Slater, Gabriel Medina y John John, tienen tablas con las que están verdaderamente conectados de una forma más íntima. Resulta curioso porque, incluso ahora que disponemos de máquinas de preshape con las que se puede duplicar con mucha precisión un shape concreto, siguen sin ser exactamente iguales.

Volver a hacer una tabla igual de especial es un objetivo complicado para los fabricantes de tablas de surf. Nunca puedes replicarla con exactitud, pero te puedes acercar mucho. Todo consiste en comprender qué quieres de una tabla de surf y, cuando la consigues, saber que tiene todo lo que esperabas. Hay que tener una mentalidad lo suficientemente abierta para aceptar esa tabla en particular.

Gracias por tu tiempo, Gerry. ¿Tienes algo que decir como despedida?

Creo que todos los surfistas somos muy afortunados porque el surf es un regalo que siempre te sigue aportando cosas. Ninguno de nosotros se ha parado a analizar los secretos más profundos que encierra el surf. Quizás Duke Kahanamoku fue quien más se aproximó. El surf es algo que realmente puede aportar felicidad eterna. Y sabes que cuando la consigues, no puede pasar nada malo. Jamás.

©Divine / Patagonia