Historias. El delfin

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En «Desde la croa».

Hace años, cuando las tablas aún se medían en metros, era muy común que sus propietarios les pusieran nombres. Aquel acto representaba, en mi opinión, una demostración de admiración y cariño hacia un objeto material con el que llegaban a sentirse especialmente unidos. Así surgieron nombres casi míticos como «La Gaviota«, «La Guapa», «La Guadaña», «La Chata», o mi preferido, «La sartén voladora». También las tablas solían recibir los nombres de sus shapers, cosa que hoy no tendría mucho sentido, dado el elevado número de tablas que, de un mismo taller, podemos encontrar en una playa. Entonces, sí que tenía un significado, y surgieron «La Dick Brewer», «La Bolt», «La Nat Young«, «La Crystal Tiki«, … Nombres a través de los cuales se identificaba no sólo a la tabla, sino también a su propietario.
 
Así que el otro día, tras recoger de Román mi nueva Iron Mountain, y tras enseñársela a Vicente y a algunos de sus hermanos, unos de ellos, creo que Suso, dijo: «parece un delfín». Desde ese momento entendí que la tabla ya tenía nombre. 
 
 
Mi experiencia anterior en el mundo del longboard es mínima. De hecho hasta ahora no había tenido uno propio. Siempre había ido al agua con uno prestado, sin tiempo para acostumbrarse a él. Mi principal referencia ha sido en este tiempo un tablón de corcho de los de escuela, con el que este verano e invierno me he dado algunos de los baños más divertidos que recuerdo.
 
Así que cuando pensé en hacerme un tablón, lo que tenía claro era que quería algo con mucho volumen, casi tanto como el del tablón de corcho, para que me llevase en cualquier ola, por muy pequeña o tendida que ésta fuese. La otra característica que quería era que fuese muy rápido, aunque ello supusiese sacrificar algo de maniobrabilidad.
 
 
Así que con estas dos únicas indicaciones de volumen y velocidad, me puse en manos de Román. ¿Y por qué? Aunque apenas lo conozco, creo haber apreciado en él valores que hoy en día a veces resultan poco comunes. Entre otros, admiro a la gente que es capaz de tomar la iniciativa y de organizar y participar en cosas que van más allá de los intereses económicos particulares, y con los que se busca crear grupo, comunidad. También, y muy importante, es que de las pocas tablas que había visto de él, todas me gustaron. Definitivamente creo que sus acabados y diseño no tienen nada que enviar a los de otras marcas con más renombre y precios mucho más altos. Tal vez sea porque el tablón está hecho aquí. Tal vez porque una vez fabricado no hay que importarlo. Pero con un precio asequible de compra, esta es una opción que se debería tener en cuenta mucho más.
 
Antes de ponerse manos a la obra, Román me envío las características de la tabla: 9,2x22x3, con un rocker muy suave en el nose, así como un tail un pelín más pronunciado que ofrezca fluidez suficiente para el noseride. Cantos 50×50 con los que lograr un muy buen agarre en la pared a la hora del noseride. Botton cóncavo, en forma de lágrima, en el primer cuarto de la tabla que ofrece una burbuja que garantiza una llegada segura al nose. En el resto del deck un velly que facilita un poco el giro. Laminación 4+6 en el deck y 6 en el botton, con un solo engrose de resina para lograr un long ligero.
 
 
Si soy sincero, cuando leí estos detalles técnicos no entendí casi ni la mitad, pero el diseño, y sus explicaciones, me resultaron muy convincentes. 
 
La tabla ya está en casa. Ahora sólo queda probarla. Ojala que «El delfín» haga honor a su nombre, aunque ello dependerá en buena parte de mí. Espero no defraudar.
 
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