«Kowabunga» era un socorrista
El hombre que se despidió con una enigmática esquela en La Voz era un apasionado del surf que salvó a unas 30 personas en la playa de Doniños
Más de 30 personas le deben la vida, si bien él solía decir que no fue mérito solo suyo. Era también un gran surfista, aunque se subió a la tabla por primera vez a los 60 años, cuando vio a su hijo Juan hacerlo. «¿Y por qué no yo también?», se dijo a sí mismo entonces. Y siguió practicándolo hasta los 80 años. Juan hijo, que estudiaba Náutica en A Coruña, fue de los primeros en el arte de las olas de la zona de Ferrol.
Juan Abeledo padre nació en Vilarmaior en 1916, pero desde los cuatro años vivió en Ferrol. Fue ajustador montador en la Constructora (Bazán) y luego fue destinado a las oficinas del astillero. Desde 1946, cuando se casó, pasaba los veranos en Doniños y en la playa, entonces un arenal semidesierto pero tan peligroso como ahora. Siempre me intrigó su personalidad, y por eso ahora que ha fallecido, le pregunté por él a su hijo Juan. «Era feliz y libre y en parte le venía de un maestro republicano que tuvo. Guardó siempre un libro que le dedicó aquel maestro, aunque muy pronto tuvo que dejar la escuela para trabajar a los 11 años», explica Juan hijo. Ahí encaja perfectamente la esquela con la palabrakowabunga. La usan los surferos, significa fantástico, grandioso y es una derivación de una palabra hawaiana.
No podía ser de otra forma. Abeledo corría también y le recuerdo con más de 60 años trotando desde Doniños a San Xurxo. Hasta los 85 años continuó, a su ritmo claro, con esta afición pedestre. Confesaba también en el 2007 que la primera vez que salvó la vida de una persona que estaba a punto de ahogarse «ya me tuve que meter en el negocio de socorrista», porque fue una satisfacción inmensa la que sintió, una alegría kowabunga.
Lo decía sin ánimo alguno de autoalabanza porque cuando ese mismo año le hice una entrevista al toparme con él cuando iba con su mochila camino de la piscina de Batallones (Ferrol) tuve que arrancarle un poco a la fuerza estos recuerdos, sobre todo los que pudiesen entenderse como colocarse medallas. Como siempre, llevaba su suéter colorido, unos botines viejos de lona que habían recobrado moda juvenil y su paraguas porque llovía.
Consideraba, me dijo cuando hablamos, que no eran mérito solo suyo, que ese sentimiento lo tenía que tener cualquier otra persona. En los años 90 vi la misma alegría cuando asistí a un homenaje al maestro García Niebla, que fue fusilado por los franquistas tras la toma de Ferrol. Parte de las alamedas arboladas de la ciudad son obra suya. Los reunidos para dar su nombre a una calle eran de la misma generación que Abeledo: habían sido alumnos de Niebla. ¿Qué medicina pedagógica aplicaban aquellos maestros republicanos a los niños? Debía de ser kowabunga.